domingo, 11 de noviembre de 2012

Con mis pies

Los días pasan. Tú llegas y yo ya me he ido. La vida se pasaba y ya habíamos estado demasiado tiempo sentados. Jamás pensé que sería tan feliz de pie. Desde aquí arriba se ven las cosas desde un punto de vista diferente. Puedes ver como las hormigas caminan una detrás de otra recogiendo comida para el frío duro que les espera; puedes ver la cabeza de otras personas ... y pensar que me había perdido durante todo este tiempo ese sentimiento de igualdad. Ahora mira a mi lado y veo caras. Antes solo veía cinturones, perros y tiradores. No pienses que me voy a sentar ahora. No, no. De hecho, el sofá no era tan cómodo. Se me clavaban esos malditos hierros en mitad de la espalda cada vez que intentaba ver una película. La verdad que debo admitir que aún me mareo algunas veces. Esto de no estar acostumbrado a mover los dos pies coordinadamente es más difícil de lo que me esperaba, pero tan reconfortante... Algún día lograré moverlos al ritmo de algún ritmo cubano. Pero para eso aún queda mucho. Aún tengo que acostumbrarme a esta perspectiva. Eso sí, te aseguro que no me pienso sentar. Siéntate tú si quieres a esperar. Quizás ya eres mayor y tampoco te viene mal. Cuando me subo al autobús, me gusta agarrarme a esos tiradores que hay en el techo. Jamás lo había hecho. Siempre estaba sentado en uno de esos asientos esperando a que llegara la parada, pero estaba tan cansado para levantarme y darle al pulsador que la parada se me pasaba y tenía que esperar otra vuelta y así una vez y otra vez y otra vez hasta que su jornada llegaba al final del día y me arrojaban en el banco de alguna parada. Y pensar que tampoco me levanté ni para eso. Pero ahora todo ha cambiado. Fíjate, allí fui por primera vez a una discoteca. Ya no me daba miedo eso de estar de pie, bebiendo una copa, bailando y conociendo a gente. Y cuando la discoteca cerró, los autobuses ya habían parado, pero no me importaba. Ahora tenía disponible el mejor transporte que existe: mis pies. Sí, volví caminando a casa mientras me congelaba mi nariz. Pero no importaba. Lo estaba haciendo yo solo, con mi esfuerzo, sin esperar a que tú vinieras a recogerme. Solías llegar tarde. Por cierto, dejo de escribir que me da miedo sentarme demasiado tiempo y no volver a levantarme. Me voy a caminar que la vida se ve de otro color desde aquí arriba.

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