Lo corté con unas tijeras oxidadas.
Ellas se sanaron con mi hiel,
yo me pudrí como manzana del Edén.
Ni las heridas sirven para curar
lo que ya otro vendó,
ni las lágrimas sirven para cicatrizar
este olimpo de sangre.
El aire lo congela a ratos,
no siento nada, no forma parte de mí.
Llegan las sábanas y arrasa con todo.
Lo putrefacto empieza a expandirse
como sanguijuela recién nacida.
Si vivir congelado le pusiera fin,
¿acaso habría mejor morir para vivir?