martes, 20 de noviembre de 2012

El último 20 de Noviembre de Jose


Jose se estaba ahogando con su propia sangre en apenas una bañera de 30 centímetros de profundidad. Ni siquiera hacía el intento por agarrarse a uno de los diques. El barco se hundía y él estaba dentro. Había olvidado bajarse en la última parada y ya era demasiado tarde. Estaba lleno de tierra hasta la cabeza. Ya no habría más espectáculos de teatro, ni más cenas en el chino de la planta quinta, ni más locuras que lo condujesen a perderse en el mar. Ya no veía a nadie. Jose solo se subía en su coche y conducía, y conducía, y conducía, y conducía, pero nunca se chocaba. Nunca tuvo esa suerte. Algunas veces fingía respirar aire, pero llevaba semanas sin hacerlo. Lo único que respiraba eran sus propias lágrimas que tragaba cuando caminaba por Granada buscando una bañera. Una vez se abalanzó contra un escaparate pensado que lo rompería y caería en su bañera. Ni en ese momento se dio cuenta de que no sería tan fácil. Ya no le permitían ni bañarse tranquilamente. Se coló en un bar, pidió dos copas. Las dos eran para él. Se las bebió. Pedió dos copas más. Se las bebió. Pedió dos copas más. Allí las dejó intactas, ni un mísero sorbo. 10 euros menos. Salió y estaba lloviendo. Danzó durante horas debajo de aquella tormenta de arena enjabonada, pero allí tampoco se ahogó. Lo había intentado en el mar, en el coche, intentando traspasar el escaparate, con el alcohol, con la lluvia, pero nunca lo consiguió. Nunca puso empeño. Probablemente, no era lo que quería o sí, quién sabe. Jose seguía moviéndose de un lado a otro, había pedido un traslado en su trabajo, se había mudado, creía que lo iba a conseguir. Sin embargo, allí estaba el 20 de noviembre ahogándose con su propia sangre en aquella bañera. Se estaba muriendo y no lo sabía. Descubrí el cadáver dos años más tarde. Él aún lo sigue buscando. 

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