En esas mañanas
en las que la escarcha lucha encarecidamente
con las lanzas de sangre que renacen tras el silencio,
se desvanecen las tinieblas que naufragaban en la barca
con un tal Caronte.
Roto el murmullo de lo saltarines por las miradas cansadas,
anegadas de lluvia, infladas con un ego mortal que
se desvanece cuando enseñan su pasaporte al otro lado
de la ciénaga.
Ya en las tinieblas deambulan como estudiantes enjaulados
al son de un reloj que se paró cuando comenzó la batalla.
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