Campo estéril, vacío, muerto,
donde las hadas absorben
las migajas de vida
de pequeños gigantes efímeros.
Desierto de agua putrefacta,
que agujeran las almas
de unos pobres indigentes
que danzan al ritmo del tambor.
Iceberg a golpe de pasión
que te expandes y te contraes
ahogando los suspiros
de pobres gotas de polvo.
El cactus sigue naciendo ahí.
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