He de admitirlo.
Me da verguenza vivir,
vivir en un país en el
que la aristocracia,
supuestamente desaparecida,
sigue enriqueciéndose
a costa de hormigas
débiles pisoteadas
por gigantes corruptos.
He de admitirlo,
siento repugnancia al
encender el televisor
y ver un mundo de
diversión y color
que no coincide con
el que veo día a día
en las esferas callejeras
de un siglo XXI.
He de admitirlo,
a veces me da miedo
formar parte de esa
inmundicia que agoniza
entre cuestiones etéreas;
me da miedo quitarle
el pan a un padre que
mata por sus duendes.
He de admitirlo,
me da miedo mi país.
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