Ahí lo tienes.
Sentado sobre sus pies,
en su palacio de hielo,
quemando las estrellas
con sus palabras mudas.
En sus bolsillos
montones de risas
apagadas por el agua
del quehacer de la vida,
tan simple y tan difícil.
Sobre el hastío de la luna
brotan los cíclopes,
cierran sus ojos,
ven oscuridad.
A la espalda una cruz,
su cruz, él mismo.
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