domingo, 6 de enero de 2013
Ficción de un inmigrante: Canadá IV
6 de Enero. 16:54. 2013. Me dispongo a relatar aquellas experiencias, viajes, premoniciones e invenciones que he vivido en mi piel o en su piel, tampoco lo tengo claro, durante el último mes de respiraciones. En este mes pasaban cosas muy significativas y a la vez muy diferentes. La primera de ella era cerrar las evaluaciones y las calificaciones de todo un semestre con la duda de hasta qué punto fuimos justos y hasta qué punto fuimos demasiado buenos. Pero el fin de esto significa el rápido comienzo de algo totalmente distinto: un viaje a Cuba durante una semana. No voy a relatar lo magnífico que pude haber estado tirado en la playa a base de mojitos y hamburguesas a 24 horas, sino que voy a intentar transmitir aquellas sensaciones que ni yo me explico. Estaba en Cuba sin estar. Sus habitantes intentaban transmitirme la pobreza de su país, las miserias de su gente, sus necesidades, pero, de vez en cuando, mi mirada inquieta se colaba a través de las ventanas y veía televisores de plasmas y móviles. Un fuerte impacto. Al mismo tiempo, me sentía el ser más rastrero al regatear el precio de las artesanías sabiendo que para mí un dólar más o un dólar menos no significaría nada en mi vida, pero también me daba cuenta de que ellos eran más inteligentes de lo que parecían. De hecho, mucho más inteligente que yo sin ninguna duda. Sueldos de 20 dólares y 30 dólares mensuales. Artesanías que vendían por 15 dólares. Cientos de turistas. Una figurita casi un mes trabajando. Sabios. No los culpo, los alabo, que es diferente. Al mismo tiempo una educación brillante: ingenieros mecánicos, traductores de inglés y alemán, personas formadas... Jamás olvidaré a ese señor mayor en la cola del banco que se pensaba que no hablaba inglés y me explicó todo en un perfecto inglés. Y aquí, mi España, no habla ni español. El miedo se respiraba. Guardias de seguridad por todas las puertas del hotel y playa. Contacto con los turistas prohibido. La indignación me quemaba la piel al ver la ignorancia en la que vivían, o fingían vivir, respecto a Fidel Castro, el nombre sin letras. Ningún cubano saldrá del país, o al menos, eso intentarán. Volvamos de Cuba que llega la Navidad. Perdón, me he equivocado, la Navidad no ha llegado este año. Pasó de largo o, al menos, no la sentí. Mil agradecimientos a Maca y su familia por la invitación en su casa para la cena de Nochebuena, una cena magnífica, pero para mí no era más que una cena con amigos, alejada de todas aquellas tradiciones que se celebraban seis horas antes en casa. No había compras de navidad, no había decoración en las calles, ni villancicos, ni belenes, ni puestecillos, la navidad había desaparecido de puertas para afuera; no había un sentimiento de navidad en comunidad. Sigamos viajando a través del frío. Lleguemos a Montreal. Ola de nieve. Adaptarse. Dolor de pantorillas. Enfermo, Fiebre y dolor de garganta. Una ciudad preciosa bajo la luz blanca de la nieve que limpia el aire. Un barrio histórico encantador que te transportaba en el tiempo. Tampoco había cena de Nochevieja como tengo entendido desde que Dios me dio razón de ser. Un mejicano con una compañera. Seguido de la peor nochevieja. Pagar 67 dólares para 1 hora y media de discoteca, sin fuegos ni artificio para celebrar la entrada del año nuevo, que ya me pillaba en el lobby del hotel. El día 1 volvíamos a casa en aquel autobús de hormigas y yo con cientos de virus. Llegar a casa. Aburrirme durante 4 días. Ver los reyes con familia y enanos por Skype. Y esto me hace darme cuenta de lo afortunado que he sido durante 22 años, porque llevo 21 navidades estupendas, porque a la gente, y a mí, se nos olvida el significado de la palabra Navidad y porque a mí, su carencia, me ha vuelto a ver lo mucho que la disfruto y lo mucho que la voy a disfrutar el año que viene si me dejan. Mañana volvemos al trabajo, lo cual también celebro. Feliz 2013.
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