Ahora parece que no siento lo que escribo,
o que escribo lo que siento,
o que, simplemente,
no escribo, aunque,
sinceramente, tampoco antes lo hacía.
Que ya no me paro en las paradas de autobuses,
ni en las esquinas de calles,
para apuntar frases o palabras
que luego nunca uso porque
luego no lo siento.
La barrera entre mi y yo se ha roto
y no me he dado cuenta.
Estaba pensando tanto en tu dolor
que no me daba cuenta del mío,
a lo mejor paseaban juntos.
No soy capaz de escribir cuando
me oigo en las canciones de otros
ni de inventar lo ya inventado.
Ya no hablo de amor, ni de hambre,
ni reclamo a Dios tanto llanto,
ya ni apenas susurro por las noches.
Busco esa cafetería en la que
sentarme rodeado de gente
al mismo tiempo que me siento solo,
pero rehuyo ese momento,
me da pánico que la página
no se escriba sola.
A veces, también me da pánico
cuando mi vida no avanza y tengo
que escribirla o colorearla de algún modo,
aunque no sepa ni cómo,
a alguien se le olvidó enseñarme,
o a mí se me olvidó aprender.
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