Él me dijo:
"Va a huir, así lo dice su signo".
Yo le dije:
"Yo haré cambiar el hado".
Entonces, borré todos los signos,
tapé las orejas cada vez que
pronunciaba aquellas malditas palabras,
giraba la cabeza cada vez que leía un mensaje,
intentaba darle todo lo que quería,
y no me di cuenta de que me estaba equivocando.
Jamás le gustaron los regalos,
o no al menos el mío,
y tampoco conseguí mi objetivo.
Jamas cambié el hado,
simplemente lo disfracé
con aquella máscara veneciana
que había soñado comprar juntos
y aquel barniz barato que se diluyó
tras la primera lluvia.
Efectivamente, fui yo quien cambió,
pero ahora he vuelto a cambiar.
El mismo día él me dijo también:
"Vas a ser muy feliz".
Y tampoco se equivocaba.
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