Sólo yo soy el culpable, lo sé;
yo y esta incontrolable máquina pensante
que no deja de funcionar
aunque ya no le quede sangre que bombear.
Toda ella ha huido ya de mí
y ni eso ha acabado conmigo.
No hubo contratos,
no firmamos ningún documento,
no pusimos letras de por medio,
nos limitamos a darnos besos y caricias,
sin pensar en el mañana.
Quizá sí pensamos,
pero no como debíamos pensar
o no como ahora quiero que
hubiéramos pensado,
más bien no como hubiera querido pensar yo.
Sin embargo, ahora lo pienso
y me pregunto ¿de qué soy culpable?
Y la respuesta no aparece.
No ha pasado nada.
Nada ha cambiado. Quizá todo siga igual,
pero creo que hay algo en mí
que me dice que eso es una mala señal,
quizá esta mente inútil que se empeña
en seguir un camino distinto.
Cuando mañana vuelva a amanecer,
vuelva a abrir los ojos,
no sé cómo haré otra vez con esa caricia,
¿y si siento que es mía cuando no lo es?
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