Tres años no es nada.
No son más que algún viaje,
a la China o a Nueva York;
que tres mariposas
con sus capullos de seda;
o una caja de cigarrillos
aún sin fumar.
Tres años no es tanto.
Unas cuantas noches
sin dormir seguidamente;
unos días en los que el sol
caía derrotado por los charcos;
o unos ojos cansados,
cansados de mirar sin ver.
Tres años no es tiempo.
Un buzón de mensajes
con fotos sin borrar;
unas sonrisas
acobardadas por el recuerdo
y más de tres lágrimas dictatoriales
que reclamaban libertad.
Tres años no es tiempo.
No es tiempo para vivir,
ni para sentir, respirar o morir.
Tres años son eso.
Tiempo, que no olvido.
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