viernes, 25 de abril de 2014

Tres años

Tres años no es nada.
No son más que algún viaje,
a la China o a Nueva York;
que tres mariposas
con sus capullos de seda;
o una caja de cigarrillos
aún sin fumar.
Tres años no es tanto.
Unas cuantas noches
sin dormir seguidamente;
unos días en los que el sol
caía derrotado por los charcos;
o unos ojos cansados,
cansados de mirar sin ver.
Tres años no es tiempo.
Un buzón de mensajes
con fotos sin borrar;
unas sonrisas
acobardadas por el recuerdo
y más de tres lágrimas dictatoriales
que reclamaban libertad.
Tres años no es tiempo.
No es tiempo para vivir,
ni para sentir, respirar o morir.
Tres años son eso.
Tiempo, que no olvido.

martes, 8 de abril de 2014

Coplas a una muerte

Quiero escribir unas coplas,
unas coplas que lloren una muerte,
pero no una elegía, demasiado llanto,
prefiero una copla,
que, aunque llore, pueda parecer que río.
Para eso,
tienes que morirte.
¿A qué esperas?
Voy a llorar de verdad porque
entonces ya no habrá marcha atrás,
ni más oportunidades ni más esperanzas.
Voy a celebrar también que
me obligaste a pasar página,
que nos obligaron.
Ya noto cómo mis carcajadas
resuenan dentro, muy dentro,
como si fueran tambores
ensayando para el gran momento,
la orquesta afinando sus instrumentos,
la canción ya brota de las lágrimas.
¿Celebro tu muerte antes de que llegue?
No, porque la física me da igual,
hablo de una muerte espiritual y
esa la siento cerca.
Quizá la tenga que celebrar más veces.
Esta copla ya me suena.

lunes, 7 de abril de 2014

Punto y final

El problema de nuestra vida se reduce a un signo de puntuación. Esa es mi conclusión de hoy. ¿Cómo he llegado? No lo sé, que te lo pregunten a ti, o a él, o a ella, o a vosotros, o a esta sociedad; que se lo pregunten a otro, que yo no sé responder a eso. Pero claro, esa no es la única pregunta que podemos hacernos; no sabemos las normas para dicho signo de puntuación, ni el momento oportuno para ponerlo. Tampoco tenemos claro, o no lo tengo yo claro, quizá vosotros sí y seáis expertos en lenguaje, qué significa. Si se puede borrar, si se puede volver atrás, cuántas veces lo podemos usar en un mismo capítulo de novela o pesadilla, si el hecho de que tú lo pongas en un determinado momento significa que yo también tengo que ponerlo, si el signo depende del escritor o del lector. ¿Lo pones tú o yo? Lo pongo yo, y tú no; lo pones tú, y yo no. Difícil cuestión.
Ya tengo la solución. No existe el signo. ¿O si? Lo he visto tantas veces escrito. Lo he soñado tantas veces. Pero lo he sentido tan pocas, quizá ninguna, o quizá sí y no supe qué lo que estaba sintiendo era el momento de la escritura de ese maldito signo porque, claro, hay muchos manuales sobre ortotipografía, pero en ninguno te dicen cómo es ese preciso instante en el que te decides a ponerlo, ese momento en el que coges el bolígrafo, acabas una palabra, te tiembla la mano e intentas poner el maldito signo. Al mes siguiente vuelves a coger el mismo texto que habías sentido y te das cuenta de que hay signos que han desaparecido, que aquel último no estaba, incluso que aquellas palabras no te corresponden, que tú no las escribiste, pero lo más sorprendente es aquello tan minúsculo. Con el trabajo que te había costado ponerlo y ahora no está.
Quizá ahí esté el punto clave, qué paradoja, quizá tampoco esté ahí (ya supongo que a estas alturas te habrás dado cuenta de que no tengo ni idea de cómo funciona y que lo único que siento son contradicciones). Quizá no lo tengas que poner tú. Quizá se ponga solo, o quizá lo ponga otra persona, pero no tú, o no conscientemente. Yo ya no lo voy a intentar. ¿Que soy cobarde? Y qué, si siendo valiente tampoco se gana.
¿Que de qué signo estoy hablando? Está claro.