Desde allí arriba se ve todo,
se ve el humo de los cigarros,
las despedidas antes de las 12
y los besos furtivos.
Desde allí también se ve
la mirada de los árboles,
el silencio de los coches
y el palpitar de las luces.
Sin embargo, hay demasiadas
cosas que se esconden en la oscuridad,
cuando cae la noche y
el pueblo dormita.
Desde allí, no se ve el drama
de tu vecino, ni el de tu hermano.
No se ve la ira de las facturas sin pagar,
ni las horas de desahogo por teléfono.
Desde allí, todo se disuelve.
Aquel moratón desaparece,
aquellas lágrimas no se escuchan
y las carcajadas enmudecen.
Entre el silencio y la altura,
ya no se ve nada claramente,
ni se siente, ni se piensa,
ni se escribe, ni se lee,
ni se vive.
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