Ficción de un Inmigrante V: Cuba y fin de Canadá
Son las 09:40 am. Me encuentro en la terminal norte del aeropuerto de Gatwick. Mi vuelo no es hasta las 03:35pm. No sé si cortarme las venas. Salí de mi casa ayer a las 03:00 pm. Internet no funciona. Solo hay una cafetería. El croissant de chocolate es sinónimo de plástico vomitivo. O escribo o me suicido y me falta demasiado poco para ver a mi gente después de muchos meses, así que la segunda opción queda descartada, pero solo de momento. No puedo prometer nada a medida que pasen las horas y mi desesperación y angustia crezcan a velocidad agigantada. La intención de este post es escribir mi salida de Canadá, mis últimas experiencias y mis sentimientos, pero aquí estoy intentado evitarlo porque no sé cómo afrontarlo. Contar algo que desconoces es difícil, tal y como hace Rajoy todos los días con su método de gobierno.
Empecemos con el viaje a Cuba, que es lo más fácil. Hace una semana, concretamente el sábado 20 de abril a las 03:00 ponía rumbo a la ciudad de Holguín con mi vieja cubana, Jeniffer (no estoy seguro de cómo se deletrea su nombre). Mi jefe, Clive, también se encontraba por allí dando vueltas, pero con su seriedad que le caracteriza y sin gesticular en ningún momento, para evitar arrugas supongo. Llegamos al aeropuerto y cuando conseguí entrar y sí, digo conseguí entrar porque aquello fue algo parecido a un periplo. Al parecer, al guardia que se encontraba en el control de pasaporte no le gustó mucho que hubiera estado en EEUU hace tan sólo dos meses, puesto que podía ser un terrorista peligroso que podría matar al magnífico presidente que tienen y que dirige el país con firmeza, decisión y mano dura, sobre todo esto último. Las preguntas se hacían interminables, se repetían, numerosas referencias, llamadas a superiores, hasta que finalmente pasé aquel arco. Al salir del aeropuerto, allí estaba la gran Vilma, con los brazos abiertos y con una de sus mejores sonrisas, como siempre, y por supuesto, su marido, Salvador, maravilloso también. He de decir que Vilma es la directora de la conferencia a la que había sido invitado y el motivo por el que había viajado a este país, iba a presentar mi primera ponencia “La elaboración y el diseño del material didáctico en la clase presencial de ELE”. Podría comentar muchos detalles de esa noche, la indígena Gloria totalmente loca, las ansias de llegar al hotel, las dos hamburguesas que me comí en el snack bar en cuanto llegué, así como la borrachera que nos cogimos mi querida vieja y yo acompañados de un grupo de canadienses muy majos en su primer momento, que luego algunos serían aún más majos si era posible y otros solo desecho de la sociedad, aunque quizá esto es demasiado rango para ellos incluso. A las 08:00 am me despertaba Jenny, sin saber la hora, totalmente adormilada y con resaca, como yo, para irnos a desayunar y corriendo a tumbarnos en aquella maravillosa playa. Imposible que solo unas horas atrás estaba rodeado de nieve y ahora me encontraba en aquel paraíso. Sí, paraíso, las fotos dan fe de ello. Ese mismo día llegaron dos piezas fundamentales del viaje: Leslie y Mery, diferentes y encantadoras al mismo tiempo. Cuando llegaron, yo ya era una langosta. Estaba quemado por zonas. Tan tonto que no sé ni untarme bien la crema. Esa noche fue mítica. Y como prometimos, con pacto incluido, what happens in Cuba, stays in Cuba, así que eso es todo lo que tengo que decir de esa noche. ¿Día para el día siguiente? Playa, playa y playa. No podíamos desaprovecharla. Todo ello acompañado de comida y bebida 48 horas diarias. Y al día siguiente otra pieza importante del puzzle: Seidi, desde Costa Rica, que llegó con un precioso detalle que me encantó. Ya estábamos el puzzle completo. Martes, pre-conferencia en la ciudad de Holguín y visita a la ciudad. El viaje en coche no era lo mejor que nos pasó. Imagínense el tipo de coche, carretera, obstáculos, etc. ¿Impresión sobre la pre-conferencia? Censurada. Jamás me había sentido tan asustado como en muchas de las conversaciones que teníamos con profesores cubanos que llenaban sus conferencias de mentiras y halagos a Cuba y a su gobierno. Resulta paradójico que un profesor diga que los cubanos son libres, que pueden salir y entrar del país cuando quieran, o que el gobierno de Fidel no quería ningún trato con Franco porque era un dictador y él un santo, por supuesto. Pero la visita a la universidad de Holguín también me hizo ver que, en definitiva, mi querida UMA no estaba en tan malas condiciones (probablemente no sea justo compararla con Cuba, pero siempre queda resignarse). El resto del día fue almuerzo cubano, no estuvo nada mal y visita a la ciudad de Holguín y al mirador, desde donde veíamos toda la ciudad y he de decir que tenía cierto parecido a los complejos de chavelas de Brasil.
Ya el miércoles empezábamos la conferencia. Inauguración de manos de altos cargos del ministerio de educación de la ciudad de Holguín, apoyados por las manos magistrales de una guitarrista. Yo presentaba el viernes, en el último panel, por lo que tenía tres días para analizar todos los fallos de los demás y no cometerlos y fallos hubo algunos. Por favor, señores doctorados, no son admisibles powerpoints en los que las faltas de ortografía sean el principal tema. Ya en la conferencia nos encontramos con Rosario, la que había sido en cierta medida mi jefa y que se mostró de una manera totalmente diferente, mucho más abierta y encantadora. Entre los distintos eventos a los que asistimos, cabe señalar el cocktail por la Universidad de Guelph, así como las magníficas ponencias de todas las citadas aquí anteriormente. Llegaba el viernes, yo presentaba y eso era con una hora de retraso. En Cuba el concepto del tiempo es diferente, o no existe, tampoco lo tengo muy claro. La prisa, puntualidad y organización no son sus puntos fuertes. Pero finalmente lo hice, presenté, los nervios me comían, pero parece que no fue muy mal por las enhorabuenas que recibí y los profesores que se acercaron a dialogar sobre mi propuesta metodológica. He de decir que me iba contento y con la afirmación de que haría todo lo posible para intentar volver a esa conferencia el año que viene. Además el viernes por la noche nos habían invitado al acto de celebración del cuarenta aniversario de la Universidad de Holguín, al que fuimos y que, siendo sincero, fue una retahíla de conmemoraciones y propaganda revolucionaria que me hervía la sangre, pero también fue interesante ver otro acto educativo de este fantástico país. No queda decir que todas esas noches estaban acompañadas de nuestras interesantes conversaciones, favorecidas por algunas gotas de alcohol cubano. El sábado era nuestro último día y debíamos aprovecharlo hasta el último momento. Qué mejor que coger un hidropedal y dar un paseo, nadar, reírnos, etc.
Podría seguir diciendo mil cosas más de Cuba y así no hablar de mi despedida de Canadá, pero es hora de hacerle frente. Eso sí, Cuba siempre en mi corazón. No sé qué decir sobre mi despedida. Es obvio que las ganas de volver a España a ver a mi gente me inundaban cada minuto de mi vida. Es obvio que hay personas que no volveré a ver, ni las quiero ver. Al mismo tiempo es obvio que Canadá forma parte de un capítulo magnífico de mi vida, donde los nombres de Jennifer, Denise o Victor cumplen un papel importantísimo. Caminar por la universidad desierta pensando que probablemente nunca caminaría más por una institución que me había aportado tanto profesionalmente me producía cierta nostalgia, pero yo había decidido dejarla porque era lo mejor para mí. Echaré de menos a muchísimos de mis alumnos a los que adoro, con lo que me he reído, he disfrutado y me hicieron sentir muchísimo. Echaré de menos mi oficina, mi silla, la llegada de Jenny gritando Juanito, muchísimas caras del departamento. Eso sí, no echaré de menos Guelph, lo siento pero no es la ciudad que mis condiciones requerían y ahora que digan que me quejo de la ciudad. La verdad no sé qué más decir de mi adiós a Canadá. Los sentimientos no salen y no los voy a forzar. Me he dado cuenta muchas veces de que cuando forzamos algo, nunca sale bien y eso deberían aprenderlo muchas personas. Sólo me queda decir: hasta pronto, Toronto.
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