Ya no hay sitio
para los fantasmas del pasado,
ni para las ratas sublevadas,
ni para los presos políticos,
ni para las mentiras.
Ya no hay sitio
para la lealtad de dos vecinos,
ni para la nueva amistad,
ni para las segundas oportunidades.
Ya no hay sitio,
ni tiempo, ni espacio,
ni nadie capaz de hablar con silencios
lo que pasa entre las hojas;
de susurrar a gritos las verdades
del presente que algunos marchitan.
Ya no hay sitio,
para que la gente siga destruyendo,
ni para que sigan jugando
a ser lo que no son o a intentar serlo;
ni para que cierren las puertas
olvidando que era la última abierta.
Ya no hay sitio para algunos,
porque ellos se han encargado de agotarlos,
de desecharlos uno tras otro,
de bailar sobre tumbas,
de vivir.
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