Solo bajo aquella bandera
me sentí seguro por primera vez,
mis pulmones se atrevían a respirar
sin miedo a llenarse de rastrojos;
y la piel, que tanto tiempo había
ocultado su auténtico color,
inundaba las calles del pensar,
descubría sensaciones, tactos y
emociones hasta ahora inexistentes.
Aquella bandera estaba consiguiendo
lo que mi patria no había conseguido
hasta ahora,
estaba luchando por mi,
dándome el cobijo que
no encontraba en el mar,
estaba descubriendo a otro yo,
que no parecía pertenecer a mí,
pero que, sin duda, también era yo.
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