¡Maldita perfección! Ella es la culpable. Por ella, ella no es feliz. La maleta le pesa mucho, está llena de piedras, no se puede mover y no sabe cómo volverse para ir sacando piedra a piedra. Quizá no se haya dado cuenta de que tiene un problema, de que su infelicidad tiene una causa. O quizá sí, sí sepa que lo tiene, pero no sabe cómo solucionarlo, qué hacer, con quién hablar, … Está tan pérdida como los imperfectos. ¿Quién lo podría esperar de ella que siempre ha sido perfecta? La perfección le está arruinando la vida y debe hacer algo antes de que sea demasiado tarde. No comprende que no merece la pena ser perfecta para los demás y la persona más infeliz en su cama; que es su vida y que en lo único que debe pensar en su manera de vivir, en los riesgos que está dispuesta a asumir y en los que no, en establecer sus límites, pero que sean suyos, que no permita que nadie se los imponga, ni siquiera de forma inconsciente; que coja un libro y se siente en aquella cafetería que tan buenos recuerdos le trae y decida cuál es el limite del sufrimiento. Para ella la perfección se convirtió en sufrimiento, en insatisfacción, en anhelo, en exigencia y ahora su vida no es más que un espejo de ello.
Nunca nadie le dijo que debiera ser perfecta, pero tampoco nunca nadie te dice cómo ser feliz y la pobre pensó que en la perfección encontraría la felicidad. Y se ha chocado.
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