Aquí estoy, en mi patera particular, cruzando los mares en busca de no se qué. No puedo ni imaginar lo difícil que tiene que ser para todos aquellos inmigrantes que se embarcan en una lancha desconociendo su destino, quizás la muerte. El peregrinaje comenzó a las 8:35 p.m. (debo acostumbrarme a la hora canadiense) cuando ponía rumbo hacia Madrid acompañado de mi madre y de mi padre, dejando atrás tantísimas cosas, mis hermanos, mis amigos, las sucesivas despedidas, mi familia, en definitiva, mi vida. No me pidas que te defina lo que se siente porque no lo sé. No es fácil cruzar el control de seguridad del aeropuerto y darte cuenta que desde ese momento estás solo y que todo lo que has vivido antes no cuenta, debes empezar de nuevo. De hecho, es ahora que ya voy en el avión con destino a Toronto y sigo sin saber lo que siento. Las mariposas que llevaban pululando en mi cuerpo durante algunos días y que han hecho que no duerma van desapareciendo sin dejar una actitud tranquilizante. ¡Qué irónico... pretender tranquilizarme cuando desconozco hasta el más mínimo detalle de lo que me encontraré al bajarme de esta patera! Por eso no puedo decir que la alegría rebose en mi cuerpo de forma contagiosa, lo cual no quiera decir que esté contento por el paso que esté dando, sea acertado o no. Del mismo modo, tampoco rebosa el miedo; sería absurdo comenzar algo que yo mismo decidí, junto a mi hermana, temblando. Quizás sea un sentimiento de nostalgia, pérdida, curiosidad, desconcierto... no lo sé realmente. Ahora se me vienen a la cabeza las palabras de una twittera (Mamen) que hablaba de una generación perdida que debe emigrar. ¿Acaso España me ha perdido? Sinceramente, espero que no. Espero que siga manteniendo mi hueco cuando decida volver. Espero que esto sea un hasta luego y no un hasta nunca. Aunque, sin embargo, es cierto que en parte debo darle, en parte, la razón. No me hace falta más que mirar a mi alrededor para ver que soy un completamente desconocido que busca un hueco en otro nudo, pero eso también me fortalece y me impulsa a luchar.
Parece que fue ayer esa mañana en la que abrí los ojos, encendí mi antiguo portátil y tenía un e-mail de la Universidad de Málaga anunciándome la existencia de una plaza como profesor interino de español para ocho meses en la University of Guelph. Aún recuerdo cómo desconcertado y sin creer mucho en lo que estaba haciendo realicé todos los trámites que, fíjate por donde, me han llevado hasta el asiento 27H del vuelo TS323. Tan solo dos semanas más tardes sabría que esa plaza era mía, que yo había sido el seleccionado y que mi vida volvía a girar. Aún estaba disfrutando del maravilloso año Erasmus en Birmingham y mi cabeza ya empezaba a soñar con la vida que hoy me dispongo a comenzar. Fue entonces cuando volví a Málaga, volví a Aqualand, me examiné, de aquella manera, de mis últimas asignatura como Licenciado en Filología Hispánica, y al mismo tiempo iba organizando esto. Ya había rellenado todos los papeles que debía enviar a la embajada de Canadá de París para que me aceptaran como nuevo habitante, en definitiva, para que me dieran cobijo. También eran numerosos los correos de Marie-Christine, a la que debo decir estoy profundamente agradecido por lo sumamente amable que ha sido durante todo este proceso de preparamiento, así como eran numerosos los correos que enviaba en busca de una casa que aún sigue sin llegar. Lo único que llegó fue un intento de estafa, del cual, gracias a Dios, salí casi intacto.
Hace una semana comenzaba la despedida con mis compañeros de trabajo. Numerosas han sido las cenas y almuerzos con todos y cada uno de mis amigos para despedirme y desearme buen viaje. Y numerosas eran las veces en las que me preguntaba :¿qué estoy haciendo si ellos están aquí? La verdad han sido estas despedidas, como los numerosos mensajes y cuidados que he recibido, las que hacen que afronte este desafío con fuerza y optimismo. Sin ellos, no hubiera sido lo mismo.
Lo más duro comenzó ayer y no se refiere a la maleta. Eso era caso perdido. Meter toda una vida en apenas 20 kilos, imposible. Apenas van tres pantalones, dos calzoncillos y cientos de recuerdos. Me refiero a cuando mi hermana me decía adiós. No puedo evitar que se me salten las lágrimas cuando recuerdo la imagen en la que me abrazaba a ella deseando que no me soltara, que no quería perderla durante tanto tiempo. ¡Cómo la voy a echar de menos! El momento estaba llegando y yo temblaba cada vez más. Ya no tenía fuerzas para más despedidas y aún me quedaban mi hermano y mis dos maravillosos padres. ¡Qué raro se va a hacer no ver los musculitos de mi hermano ni escuchar sus continuas quejas sobre su dieta! Con mis padres aún podía disfrutar de unas horas más. Pobres, la paliza que se han pegado para acompañarme hasta Madrid. Y llegó, tenía que cruzar el control de seguridad, separarme de ellos y no podía permitirme derrumbarme. Los adoro. Crucé rápido el control, no miraba hacia atrás, sabía que si lo hacía, sería capaz de no coger el avión que me estaba esperando. Nos veremos pronto, lo sé. Después de esto, ya poco tiene importancia. Dos horas esperando para coger el avión que me llevaría hasta Londres, coger mis maletas, volver a facturar (teniendo que facturar la mano puesto que solo podía pesar 5 kilos y pesaba 15) y poner mi trasero donde ahora mismo lo tengo y desde donde estoy escribiendo estas simples palabras. Ya solo quedan unas cuantas horas de vuelo, coger el coche que me está esperando y descansar un poco, lo necesito. Han sido demasiadas emociones en muy poco tiempo.
No quiero acabar y que penséis que estoy triste. No, estoy muy contento por lo que estoy haciendo y creo que es lo que debía hacer. Es obvio que sienta nostalgia, sino me convertiría en un monstruo y esta sociedad está sobrada de ellos. Tampoco quiero acabar sin daros nuevamente las gracias a todos, a todos los compañeros del trabajo, a los Brummies, a Jessi, a Auro, a Mónica, Marina, Sofia, Pablo, Álvaro, Paloma, Ana, Alex, Miriam, Carlos, Julio, Santi, Nieves, Sergio. A todas esas personas que le han dado a “me gusta” en facebook al ver que me iba a Canadá y que todo iba bien, a todas aquellas que anoche me enviaron sms y whatsapps deseándome un buen viaje. A toda mi familia, mi abuela, mis enan@s (los necesito ya), mis tios, a los que no son familia pero como si lo fueran. Y especialmente a mis cuatro pilares, mis hermanos y mis padres, que siempre me han apoyado y siempre han creído en mí.
Ahora voy a comerme a Guelph. ¡Que se prepare!