y así, de pronto, me acaricia la brisa,
miro alrededor,
el ventilador está apagado,
los árboles se mueven y yo así,
nadando en este silencio que, a veces,
me increpa y me alerta de su peligro.
Esos personajes siguen hablado ahí,
descubriendo almas perdidas,
y yo, más seguro que nunca de la mía,
me pregunto si sabré compartirla alguna vez más.
Y no es que esté herida,
ni aprisionada en ningún pozo,
es que simplemente este alma ya no me pertenece ni a mí,
o, quizá si, pero entonces quizá sea ese problema,
se ha acostumbrado a mi,
a salir de mi mientras duermo por las noches
y a sentarse en el sofa a mirarme,
a remover mis libros llenos de polvo,
a abrazarme con toda su fuerza,
y temo que no va a dejar que nadie entre en esta habitación.
Siento que esta soledad y mi alma
llevan andando tanto tiempo de la mano
que no dejarán a ningún caminante de Machado
aferrarse a ellos,
quizá es tarde para estar acompañado,
quizá no quepa más compañía.